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Aritzak no es un grupo vasco más, es mucho más que eso. Es un eslabón de una familia que ha hecho un pacto con el País Vasco. Un país que canta mejor para estar en la adversidad y Dios sabe si las adversidades han golpeado y moldeado a la familia Robles-Aranguiz.
Porque vivió el exilio, sabe que ser vasca es también ser ciudadana del mundo. Su música y su poesía son tanto las de sus raíces como las de los vientos y las lluvias que las fecundan.
Esta aparente contradicción entre patriotismo y universalismo ha levantado muchas tormentas en torno a la carrera artística de la familia Robles-Aranguiz. En los tiempos oscuros del franquismo, la guitarra y las canciones populares de los Soroak, aunque traducidas al euskera, eran un sacrilegio para los puristas de la tradición. Simplemente fueron fieles a la vida de este pueblo milenario y al mensaje del bardo Iparraguirre.
La angelical voz de Estitxu se escuchará como un misterioso contrapunto que irriga la vena inspiradora de la última expresión musical de la familia, Aritzak. Iker, con ella, formaba parte de esta tradición artística con el espectáculo "Zirikan" en 1975. Diez años después, exiliado en París, luego en Perpiñán, Iker reencontrará la pasión familiar, fuerte en el material que tenía a mano: sus tres hijos.
Aritzak es reconocido hoy. Ocupa un lugar eminente en la expresión plural de la canción vasca. Fidelidad a la tradición y apertura al mundo.
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