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Tomás de Antequera, cuando era poco más que un niño, pero todavía apenas adolescente, empezó ganándose la vida por las tabernas de Valdepeñas, donde cantaba flamenco y los parroquianos le daban dinero, que él llevaba a su casa y entregaba a su madre, consiguiendo cantidades respetables para la época, lo que ocasionó, que se animara y escapara a Madrid.
Siendo todavía menor de edad y allí empezó a cantar en mesones, tascas y tablaos, hasta que una noche, un señor, que estaba en el espectáculo, que, según su sobrino Demetrio Antequera (también buen cantaor de flamenco e interprete de la copla, que obtuvo premios a nivel local, provincial y nacional, y que imita divinamente a su tío), pudo ser dicho caballero, don Jacinto Benavente, le entregó 100 pesetas de la época, que era todo un capital y le animó a que fuera a formarse en las academias y siguiera por el camino de la tonadilla, que fue lo que hizo Tomás, asistiendo a las clases de los maestros: Castellano, Monreal y el afamado Quiroga, entre otros.
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